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"Nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos pensantes y comprometidos pueden cambiar el mundo. De hecho, son los únicos que lo han logrado." Margaret Mead

© 2014 CIPRIAN GALAON DEMARIA

viernes, 8 de marzo de 2013

A modo de prefacio


Trataré de no pretender cambiar el mundo, muy de moda entre los autores de blog, me limitaré a dar algo de que hablar. El blog trata sobre el rediseño y la modernización del dinero, pero no en el sentido de hacer su uso más fácil (ya tenemos dinero electrónico o e-dinero, tarjetas monedero electrónico, dispositivos móviles de pago electrónico, tarjetas bancarias con chip de identificación por radiofrecuencia y la tecnología NFC o de comunicación inalámbrica de corto alcance y alta frecuencia; algunos ejemplos de estas nuevas tecnologías son: Proton de Bélgica, Chipknip de Holanda, Quick de Austria, GeldKarte de Alemania, FeliCa de Japón y EEUU, CashCard de Suecia, miniCASH de Luxemburgo, Oyster de Londres, Octopus de Hong Kong, CashCard de Singapur, Bitcoin, Carbon Coin y PayPal), sino para resolver gran parte de los problemas que afectan y preocupan, en cierta medida, a prácticamente todos nosotros en la actualidad: desigualdad social y de oportunidades, corrupción, guerras, hambre, contaminación del medio ambiente, envejecimiento y crecimiento exponencial de la población, evasión fiscal, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y economía sumergida, por mencionar sólo los más importantes. En mi opinión, un nuevo dinero será la solución más directa, segura y económica a todos esos problemas. Si queremos salir de la espiral autodestructiva en la que, advertida o inadvertidamente, nos hemos dejado llevar y por fin evolucionar, lo que necesitamos no son más leyes o leyes más específicas,  gobiernos más competentes y menos corruptos y, sobre todo, más dinero, sino sencillamente un nuevo dinero, eso es, un nuevo concepto de dinero y de sistema monetario. El dinero ha ido llamando la atención de muchos teóricos, sean estos economistas, sociólogos, antropólogos o filósofos, de modo que no faltan teorías sobre su naturaleza y su papel socio-económico, así como tampoco soluciones a sus problemas funcionales. Por ello, no pretendo ser el primero en reflexionar sobre el sistema monetario y sobre sus fallos, ni mucho menos. Un artículo de la revista “The Economist” −“The end of the cash era” (El fin de la era del dinero en efectivo) de 15 de febrero de 2007− nos llamaba la atención sobre el lado más oscuro del dinero físico (“En el mundo del dinero en efectivo, la anonimidad puede ser aprovechada para cometer delitos”, apuntaba el artículo) y sobre algunas aspectos de seguridad del recién incorporado dinero electrónico. Otro artículo reciente de The Guardian sugiere incluso que pasar a usar un dinero exclusivamente electrónico puede llevarnos por defecto a un estado vigilante orwelliano o, siguiera, a una economía basada en una clase de trueque de alta tecnología (ver en inglés: http://www.theguardian.com/sustainable-business/2015/sep/30/1984-does-a-cashless-economy-make-for-a-surveillance-state). Aparte de los documentales que abundan sobre el tema, hay, asimismo, un considerable número de páginas web, la mayoría en inglés, explicando el funcionamiento de los sistemas monetarios modernos, algunas ofreciendo incluso alternativas para su corrección/modernización (indicaría al lector echar un vistazo sobre todo a: http://hiddensecretsofmoney.com/ y https://www.positivemoney.org/). Igual de interesante es el estudio comparativo moneda convencional-moneda privada complementaria que Bernarnd Lietaer hace en sus innumerables libros. En España hay ahora alrededor de 70 monedas sociales/alternativas (ver: https://youtu.be/g_M-aJgCKYc). La propuesta que quiero debatir aquí parte de la idea de que no hay que dar por sentada la inamovilidad existencial del actual sistema monetario y esperar del mercado que resuelva los problemas de seguridad de las transacciones en función de los diversos intereses implicados para que luego, como siempre, los gobiernos y los legisladores intervengan para corregir o eliminar las disfunciones económicas del dinero, sino de hacer de la modernización del dinero una cuestión prioritaria y de interés general de los ciudadanos en la defensa de sus derechos y valores democráticos más fundamentales. Asistimos con impotencia, por un lado, al declive y las económicamente contraproducentes políticas actuales y, por otro, a la ineficacia de los familiares mecanismos democráticos para traer algún cambio favorable. En mi opinión, cualquier cambio relevante tiene que empezar por cambiando o modernizando el sistema monetario, eso es, el sistema, o la infraestructura si se quiere, que facilita, garantiza y promueve la confianza para el intercambio de valores en la sociedad, sean éstos materiales o inmateriales (y aquí se incluyen, por supuesto, el esfuerzo físico e intelectual de cada uno de nosotros o, para simplificar, el trabajo). Propugno además que la simple modernización del dinero no será suficiente para prevenir las crisis económicas. De ahí que propongo introducir en la economía y en el sistema monetario o, para ser más exacto, paralelo a éste, otros valores que corrijan las disfunciones actuales del dinero (en Propuesta). La importancia de la modernización del dinero es tal que a partir de ello la humanidad nunca será como antes, idea que apoyo en algunos argumentos que me gustaría debatir aquí. Y para hacerle la vida más fácil, ideal sería la eliminación completa de cualquier tipo de dinero, pero el hombre que no necesite dinero para organizar su vida en la sociedad y en sinergia con la naturaleza tendrá que ser, desde el punto de vista moral, sustancialmente superior al que creó y al que ostensible y orgullosamente llama moderno y civilizado, de modo que tendrá que aprender a colaborar, redistribuir riqueza y convivir sin esa referencia abstracta al dinero. Por desgracia, la moralidad no es parte de la herencia genética humana. Cada generación tiene que adaptar sus principios y los valores morales que heredó a su actual contexto ideológico, social, económico y tecnológico, suprimiendo o añadiendo alguno si fuera necesario. Lo mismo se puede decir sobre la democracia, eso es, "cada generación tiene que redescubrir la democracia" (John Dewey). Diría incluso que, durante su desarrollo, cada persona, grupo, comunidad o nación llega en un momento dado a un punto en el cual tiene que dejar de culpar a otros o la mala suerte, enfrentarse a su propia conciencia y decidir lo que más le conviene para resolver sus problemas existenciales y evolucionar, si no para sobrevivir. Mirando alrededor, me atrevería afirmar que la humanidad entera alcanzó ese punto. La actual crisis económica reveló otra crisis mucho más global y profunda contra la cual de poco nos sirve ahora crear puestos de trabajo y viviendas para todos: la crisis de conciencia. Considerando que “ningún problema puede ser resuelto desde el mismo nivel de conciencia que lo creó” (A. Einstein), el cambio de conciencia tiene que preceder cualquier otro cambio en las estructuras sociales y económicas. De algún modo llegamos a creer que para evolucionar necesitamos ideologías nuevas y líderes carismáticos para promoverlas, al menos eso es lo que la historia nos enseña. Discrepo diciendo que cualquier cambio sustancial y duradero tendrá que venir desde abajo, desde las ideas y las acciones diarias de cada uno de nosotros. Estamos acostumbrados a que cualquier cambio profundo en el modo de organizar la sociedad empieza por una guerra, una revolución o alguna calamidad natural. Hay cada vez más escépticos que abrazan la idea de que sólo un desastre natural (o, incluso, antropogénico, como un holocausto nuclear) de magnitud global hará cambiar al hombre de conciencia. Nada más lejos. El hombre moderno tiene los medios tecnológicos y la capacidad personal de reinventarse a sí mismo y de cambiar de manera pacífica y sin ese determinante de una apremiante causa natural o como consecuencia fatal a sus locuras e imprudencias. Si hasta ahora no lo hemos conseguido es porque ni hemos alcanzado la madurez necesaria, científica y tecnológica, ni hemos tenido la motivación de hacerlo, sin mencionar nuestra ignorancia o nuestra complacencia, justificadas o no. No hemos tenido suficiente base para convenir, como mínimo, en una fórmula social para conciliar, por un lado, tanto la propiedad privada y el poder económico con el bien común y el medio ambiente, como, por otro, la competitividad con la cooperación y la creatividad. La creatividad del hombre no tiene límites y siempre le ha ayudado a encontrar una solución a sus problemas existenciales, ¡la Edad de Piedra no se terminó porque se quedaron sin piedras! Durante la revolución agraria y, más tarde, la industrial, éste puso a prueba su perseverancia y su capacidad de superarse de sí mismo, aprender a caminar, indagar, ensayar, equivocarse, aprender de todo ello y dar pequeños saltos evolutivos. Hoy, habiendo revolucionado completamente las tecnologías de tratamiento de la información y de la comunicación, el hombre está más preparado que nunca para dar lo que será el mayor salto evolutivo de su historia, ahorrándose de paso todos esos errores conscientes −sobre todo los que vuelve a cometer una y otra vez, como  las guerras y la contaminación del medio− que le empujan a su fin y al del planeta, su hogar. Lo único que falta para complementar esos avances tecnológicos y de hacer que trabajen a su favor y de su entorno, social y medioambiental, es un sistema seguro y eficaz de asignación de los valores que el hombre crea, de los recursos que emplea, sean éstos personales, materiales, inmateriales, naturales o elaborados, y de la infraestructura que dé soporte al intercambio seguro de los datos que representan dichos valores. La teoría de este blog se reduce a la idea de que el rediseño del dinero es el elemento clave, si no el único, para tener una salida exitosa del actual proceso evolutivo intensivo. No hace falta reflexionar mucho para ver que el dinero es pura información. Consecuentemente, el proceso evolutivo tendrá que empezar por la instauración de nuevas normas, procedimientos, protocolos y sistemas de tratamiento de la información, de toda la información, que se apliquen por igual y favorezcan a todos (y no sólo a los celosos “guardianes” de la misma), eso es, democratizar el tratamiento de la información. Asimismo, como decía, habrá que implementar un nuevo sistema de asignación de valores, o sea, de unidades de valor, a las acciones humanas con relevancia social/comunitaria, que funcione en paralelo con el dinero y lo complemente, y de una infraestructura que facilite el intercambio en condiciones de seguridad de estos valores (de los datos o la información que los representa). El dinero que hemos venido usando hasta ahora desde hace más de cinco milenios ha conseguido sacar lo peor de nosotros y, no sería aventurado decir, nos está empujando hacia la autodestrucción. A pesar de su fama de panacea económica universal, en realidad, el dinero sólo sirve, paradójicamente, para resolver problemas que el mismo ha ido generando y acumulando desde su invención, tanto en las economías como en las conciencias de sus usuarios. O sea, el papel más importante del dinero actual es el de servirse a sí mismo (bueno, para ser más exactos, a los que lo tienen acumulado en grandes cantidades con fines especulativos). Esto se debe, principalmente, a su mal diseño, su indebido uso y su inadecuada asignación en la economía. Hoy ya no tenemos ninguna excusa para seguir utilizándolo en una forma que, a pesar de sus claros efectos contraproducentes para la sociedad y el medio ambiente, los políticos nos siguen predicando, implícita o explícitamente, como única e inmutable. Adelantaría aquí que, para mí, la modernización tiene que ir mucho más allá de una simple mejora en el uso o en la funcionalidad del dinero dentro del comercio y de las políticas económicas, su función más importante tendrá que ser la de moralizar e integrar las comunidades. El nuevo dinero tendrá vocación temporal e instrumental y sus funciones más importantes serán: catalizador moral, promotor de la solidaridad social, protector del medioambiente y garante del desarrollo sostenible. Todo ello para asegurar que el tecnológicamente necesario tránsito hacia una sociedad sin cualquier tipo de dinero se desarrolle sin pasar por graves y destructivas perturbaciones políticas y sociales, crisis económicas y daños medioambientales irreparables. Esto puede parecer utópico ahora, sin embargo, me atrevo vaticinar que un nuevo dinero, sea cual sea, tendrá el potencial de cambiar radicalmente nuestras relaciones y valores sociales más profundos y arraigados, nuestras culturas y nuestras costumbres. Esta nueva estructura social con sus renovadas reglas de funcionamiento será la que decidirá si acomodar y encontrarle (alguna) utilidad al nuevo dinero y no al revés, o sea que no será, como hasta ahora, el poder económico el motor del cambio social sino que lo económico, como es natural, estará completamente supeditado a las estructuras sociales futuras, adaptándose en todo momento a ellas. ¿Cuál es mi visión acerca de ese nuevo dinero y porque creo que será la moneda de cambio (de conciencia)? lo podrá descubrir en las siguientes líneas, teniendo siempre presente que mi análisis es sólo una entre muchas otras perspectivas en relación a la función económica, social y evolutiva del dinero. Mis reflexiones comparten o parten de muchos de los postulados económicos y sociales y de las soluciones propuestas por pensadores como Roberto M. Unger, David Harvey e Ian Goldin. La teoría que propugno aquí no es una panacea universal sino un marco para el debate. Y si la solución que propongo tiene algunas virtudes, éstas serán pragmatismo, facilidad de implementación y sostenibilidad, aparte de no suponer que repensar o reiniciar de un modo destructivo todo el sistema, sea éste el ideológico, el de asignación e intercambio de valores o el socio-político. No serán necesarias nuevas y mejores ideologías, leyes más complejas y específicas, más mercado libre y, sobre todo, instituir más poderes en los gobiernos. La solución será un renovado contrato social cuyo principal objeto sea el tratamiento democrático, transparente y seguro de la información, de toda la información, lo cual incluirá, por supuesto, también el dinero. Por último, en cuanto a lo que me motiva aquí y ahora en el blog, sólo diría que está lejos de mí la intención de hacer del mismo un medio para la promoción personal o profesional. Es un laboratorio para el ensayo de las ideas al que el lector está bienvenido para hacer cualquier comentario, refutando o apoyando mis ideas, y ser parte de esta aventura intelectual. Es más, valoraré más sus críticas y hacerme dudar que la aprobación o la confirmación de mi propuesta. En suma, dependerá del lector situarse en el lado bueno de la historia. ¡Gracias por su colaboración!

Considerandos

  1. Los bancos deben su razón de existir al hecho de que siempre ha habido, en mayor o, cada vez, menor medida, dinero físico. Éste, como cualquier entidad física, tiene que estar siempre en algún lugar y, como cualquier entidad física que tiene valor y es aceptada a cambio de otros valores, requiere ser guardada en un lugar seguro y exclusivo. Con dinero físico me refiero, se entiende, al que se puede tocar y sentir, y que en la actualidad alcanza un modesto 3 % de todo el dinero en circulación (ese porcentaje varía según el país; para ver cifras exactas, consulte el Libro Azul publicado anualmente por el Banco Central Europeo). Los avances tecnológicos en información nos presionan de facto, y en contra de las políticas conservadoras de mantener el dinero físico, hacia una gradual y completa digitalización del dinero. Habrá que preguntarse pues ¿por qué los gobiernos y/o los creadores del dinero no están promoviendo las tecnologías para la eliminación de ese cuantitativamente insignificante remanente, dados todos esos problemas que crea? ¿Por qué no hacer que todo el dinero sea digital o electrónico, ya que el 97 % ya lo es? ¿A quién favorece más y quién tiene más interés en mantener ese 3 %? Ni que decir tiene que los primeros interesados son, desde luego, los bancos. Los orfebres de la antigüedad y los bancos de hoy difieren en muchos aspectos en cuanto sus prácticas y modelos de negocio, pero coinciden en una cosa fundamental que se obstina en permanecer: ambos tienen arcas o cámaras acorazadas seguras para guardar grandes cantidades de dinero/valores a disposición de sus clientes (menos cuando hay retirada masiva de fondos, se entiende) y para mantenerlo lejos de la tentación de ser robado. En pocas palabras, los bancos han existido siempre sólo porque siempre ha habido algo tangible de valor que atesorar (oro, títulos valores, dinero), siendo ésta una condición sine que non para que sigan existiendo.

Propuesta

Estamos necesitados más que nunca en la historia de un modelo viable y duradero de organización social y económica. Un modelo socialmente justo, económicamente estable y medio-ambientalmente sostenible. Observamos con resignación e impotencia una creciente falta de conectividad e identificación de los ciudadanos con los políticos o, para ser más exacto, con las visiones y programas económicos y sociales propuestos y sostenidos por los políticos de la actualidad. Hablan cada vez más alto y se empeñan en crear percepciones cada vez más visibles ante cada vez menos gente o, mejor dicho, ante cada vez menos gente que les apruebe y les apoye en las urnas. Esto se debe al hecho de que éstos se dirigen y tratan a los primeros en términos de clases y categorías bien definidas y estables en tiempo y latitud: trabajadores, jubilados, estudiantes, socialmente dependientes, independientes, parados, con derecho a prestaciones sociales y sin derecho a ellas, productivos, improductivos, personas en situación económica precaria que se la merecen y personas que no, pobres con hijos y pobres sin hijos y, en general, buenos y malos ciudadanos. En otras palabras, nos quieren convencer que en cada situación dada sólo puede haber dos colores, blanco o negro, a pesar de la amplia variedad de grises que la realidad nos presenta. Y eso es lo que más temen y, al mismo tiempo, odian. El motivo es sencillo, los matices son difíciles de definir, obtener consenso sobre ellos y, consecuentemente, controlar sin discriminar, con o sin justificación. Tener las cosas en blanco y negro, una u otra, ayuda, y mucho, al que gobierna, pero tiene dudosos efectos beneficiosos en los gobernados. Los políticos de hoy declaran por lo alto entender a los ciudadanos, saber exactamente en todo momento lo que necesitan o quieren y, sobre todo, el modo de proveérselo; y aquí se incluyen, se entiende, las políticas monetarias y las necesarias -según ellos- medidas de austeridad. Dan por sentado que cada uno de los ciudadanos solo puede pertenecer a una o un determinado número de categoría/s en un momento o contexto socio-económico dado. Asimismo, que cada ciudadano es en todo momento consciente y tiene clara/s la/s clase/s o categoría/s a la/s que pertenece, que cada uno sabe su lugar en relación a los demás, y esto, insisten, es lo más importante para el ciudadano y para sus iguales. Me pregunto si no es exactamente al revés. Cada vez más voces sostienen que la política de hoy va más sobre los políticos, sobre sus personas, que sobre sus acciones públicas. Suponer que cada ciudadano pertenece a una categoría o clase social y actuar en consecuencia, es algo más que mala política que puede tener algún efecto adverso secundario y pasajero en la cohesión social, la economía o las instituciones democráticas. Su cómoda suposición tiene efectos sistémicos y nos empuja invariablemente a uno al menos de estos resultados: suicidio político y vacío irresponsable de poder; en la mayoría de los casos, a crisis de legitimidad democrática; en algunos casos extremos, a anarquías, individualismo antisocial y nacionalismo violento; y, en todos los casos, a irreparables y tensas polarizaciones sociales (ganadores y perdedores, explotadores y explotados, en esta situación sí hay dos colores solamente). Y para completarlo, constituye también un insulto a la inteligencia de los contribuyentes o, como mínimo, de sus electores y seguidores. Es triste constatar lo mucho que los políticos de hoy se parecen a los arrogantes, egocéntricos, corruptos y paternalistas tiranos y monarcas del, no muy lejano, pasado o, en algunos países asiáticos, incluso del presente. Y es más triste aún sabiendo que, dado el reducido número de alternativas a los sistemas de organización social que tenemos, ellos son, y asumen que deben serlo, los únicos habilitados (iluminados) para tomar en nuestro nombre todas las decisiones importantes que afectan a diario nuestro bienestar y nuestros planes de futuro. Por último, pero no por ser menos importante, los políticos no tienen más remedio que pensar a corto plazo, plazos de mínimo 4 y máximo 10 años, eso es, viven bajo la dictadura del corto plazo, pero no porque optaron a ella, sino porque es parte inextricable del actual sistema. Cuando Juncker dijo: “Sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos cómo ser reelegidos después de hacerlo” no hizo más que enunciar obviedades (hay que moralizar a la política no hacer política con la moral) y reafirmar maldiciones del pasado de la política sin ofrecer solución alguna. Todos sabemos, a muy pesar de todo ello, que en realidad la conciencia que cada uno tiene sobre sí mismo está lejos de ser clara, bien definida y estable, temporal y contextualmente. Una vez superados nuestros miedos más profundos, racionales o no, las manifestaciones de nuestras creencias e ideas y nuestras relaciones sociales, nuestras personalidades en acción, son mucho más prolijas, variadas, plásticas, adaptables y sorprendentes. En cualquier caso, somos mucho más que las clases en las que los gobiernos nos colocan con la legítima intención de hacernos más "gobernables" o controlables en beneficio, dicen, de nuestro bienestar y/o seguridad. Somos mucho más y mucho mejores que las teóricas máquinas de convertir bienes en felicidad. La pura verdad es que, de un modo políticamente incómodo, todos somos diferentes y en continuo cambio y adaptación y, en cualquier caso, nuestras pasiones y motivaciones son mucho más variadas e, incluso, menos racionales y predecibles que la de buen consumidor/contribuyente convenientemente teorizado por los economistas con influencia en las políticas socio-económicas actuales, estrechos de vistas y con soluciones abstractas y generalizadoras. Estamos acostumbrados a que lo único que necesitamos es un buen líder, unas instituciones justas, uno modelo de organización social adecuado y unas justas medidas o acciones, al menos sobre el papel, para que todos vivamos felices, pero esta irresponsable comodidad ha empezado a enseñarnos su lado oscuro y socialmente corrosivo. Lo único que nos puede salvar de cualquiera de los dos extremos a los que esa comodidad nos lleva por defecto, la anarquía o la tiranía, es algo inédito en la historia de las estructuras y las formaciones sociales que el hombre ha creado para sí mismo: las tecnologías de la información y comunicación. Pero lo que hará que esta vez sea diferente no es el hecho de que es una tecnología nueva que determinará una sociedad y cultura nuevas, como lo hizo la máquina a vapor o el teléfono, sino su gran virtud de ser una tecnología ideológica y políticamente neutra. Hoy podemos evitar caer en la anarquía o la tiranía con sólo aplicar de un modo adecuado, pragmático, transparente y oportuno todos los conocimientos que hemos acumulado, tanto en cuestión de humanidades como los científicos. No necesitamos líderes carismáticos, nuevas y prometedoras ideologías, como las de "extremo" centro de la actualidad y más leyes, o sea más gobierno. Lo único que nos falta es transparencia democrática de la información socialmente relevante, eso es, dotar de transparencia democrática al tratamiento en condiciones de seguridad de toda la información que tenemos los unos sobre los otros, tanto la que ya tenemos como la que vamos a generar en el futuro, incluida, se entiende, la información sobre las transacciones en las que medie dinero o cualquier otro valor que lo represente.


La historia de los últimos, relevantes a propósito de este blog, 150 años nos ha revelado una tendencia de los distintos gobiernos y legisladores de turno de dejarse persuadir, si no corromper, cada vez más y con más opacidad democrática por poderosas empresas transnacionales y defender de modo prioritario sus intereses; todo ello en nombre del (¿indiscutible?) crecimiento económico y de la creación de empleo de los cuales nos han hecho dependientes. Esto ha tenido, y tiene, una decisiva contribución en la estructuración gradual y la consagración constitucional del modelo social y económico replicado en la actualidad en casi todos los países desarrollados y en desarrollo. Un modelo cuyos pilares fundacionales y funcionales son la propiedad privada, el individualismo competitivo y el consumo. En estas condiciones, el que todos queramos dinero ya no sólo no nos sorprende, sino que se ha convertido en un natural modo de vida, a pesar de presentársenos cada vez más claro como adictivo y suicida.
Un nuevo sistema monetario, moderado y optimizado por un sistema de valores sociales, o sea, un sistema donde la creación y la circulación del dinero estén supeditadas a los méritos sociales y medio ambientales, es, a mi entender y propuesta, el modo más económico y seguro de romper esta rutina política, social y económicamente destructiva, en la que estamos atrapados y evolucionar de un modo estable como sociedad. Necesitamos un modelo apolítico de organización social y económica dotado de pragmatismo y de adaptabilidad. La teoría de la separación de poderes o, para ser más exacto, de funciones que fundamenta el Estado Liberal y Social de hoy no ha dejado nunca de ser sólo una teoría, que ahora se delata a sí misma como cada vez más claramente utópica. Los presuntos controles y salvaguardias para limitar a un Estado invasivo por naturaleza frente a los derechos de los ciudadanos que le constituyeron y le instituyeron de legítimos poderes funcionan mucho mejor sobre el papel que en la práctica; y lo mismo va sobre la independencia y la neutralidad política del llamado legislador negativo y defensor de los derechos fundamentales, del Tribunal Constitucional. Cualquier estructura piramidal tendrá que tener siempre una base sólida para poder seguir en pie. Cuando la base de la pirámide se va desintegrando y fragmentando y la estructura tiende a convertirse en un inestable octaedro apuntando hacia abajo, las raíces de los elementos parásitos del medio (la abultada clase de los extractores de valor: rentistas, inversores  especulativos, bancos, creadores de "valor" para los accionistas, "fondos buitres" y sus cómplices políticos) se desvían para conectarse directamente al suelo y mantener en pie a una desafiante estructura de la gravedad, condenada a derrumbarse, que sólo sirve a mantener funcional "el negocio" de éstos gorrones. De ahí que resulta suicida seguir confiando en la estructura del actual sistema. Y da igual si la separación de poderes es efectiva o no, lo que necesitamos son poderes transparentes y comprometidos con el bien común, empezando por la atomización y la democratización del poder económico. Como cualquier estructura piramidal, la actual estructura es lineal, o sea, newtoniana, determinista, de causa y efecto, centralizada y jerarquizada, cuyos imperativos funcionales son el acato a la autoridad y el materialismo atomizado, insolidario e irresponsable. Necesitamos una forma de organización espacial, o sea, darwiniana, con forma de red descentralizada (a semejanza de Internet), cuyas partes interdependientes, personales e institucionales, continuamente y sobre la marcha se nutran y adapten las unas a las otras y todas a su entorno natural. Un sistema, a fin de cuentas, que acomode y armonice todas nuestras diferencias y aspiraciones personales, encajando sin quebrar todas las contingencias de la vida social y económica (reduciendo al máximo los riesgos sistémicos y la entropía, si se quiere, que como todo sistema lleva inevitablemente incorporada) y con la capacidad de adaptarse a cualquier cambio sin solución de continuidad, eso es, reformas políticas y sociales como las revoluciones, las guerras civiles y los derrocamientos de gobiernos, que siempre han requerido empezar de nuevo en detrimento de la paz social y el bienestar de los ciudadanos.
Hago la subsiguiente propuesta con la aspiración de inspirar debates públicos y, en el mejor de los casos, poner las bases de un modelo socialmente justo, económicamente estable y medioambientalmente sostenible, dinámico, descentralizado, funcional y adaptable. Un modelo de organización que, para mantenerse funcional, no tenga que pasar periódicamente como en la actualidad por lentos y complejos procesos políticos que, por muy democráticos, sabemos que están condenados a perder en el final su transparencia de cara al público para dedicarse sólo a mantener en el poder a la misma gente en detrimento de todos los demás. Hago, sin embargo, la mención de que el modelo que propongo será más útil como pauta o herramienta que como proyecto social, con lo cual quiero decir que los resultados pueden variar mucho en función de las culturas y/o los recursos, naturales o humanos, que le den forma y sostengan. Mi modelo será más bien como una matriz virtual y punto de partida para el cambio. Un cambio que beneficie a todos y no sólo a una restringida y excluyente clase en detrimento del resto. Será, podría incluso decir, como un andamio socio-económico degradable, ideológica y espiritualmente neutro, con la virtud de dar soporte a un número indefinido de potenciales formas de organización, todas ellas, dotadas de dinamismo, adaptabilidad y plasticidad, conservando, al mismo tiempo, su fortaleza y funcionalidad. Extrapolando el famoso axioma de Darwin, no será la más fuerte de las estructuras sociales la que sobrevivirá, tampoco la más inteligente, sino la más adaptable al cambio.

En consecuencia, propongo:
  1. (i) Digitalizar todo el dinero en efectivo en circulación. (ii) Hacer que cada unidad monetaria, digital o electrónica, sea única y distinguible de las otras. (iii) Introducir en el sistema monetario otras unidades de valor que se devenguen con independencia del dinero pero que se exijan al gastarse éste. Por conveniencia descriptiva, los referiré como créditos personales y créditos reales, aunque podrán ser representados por cualquier otro término que mejor los describa (podrían igual de bien llamarse valores o méritos sociales). Su funcionamiento: para la adquisición de cualquier bien o servicio, con algunas excepciones, se exija a cambio, aparte del dinero, un crédito real por cada unidad monetaria del precio al consumo y para ciertos bienes, en concepto de impuesto social personal e indirecto (o sea, que grava el consumo), una cantidad variable de créditos personales, según unos criterios preestablecidos. (iv) Digitalizar toda la información socialmente relevante −empezando con la relativa a las transacciones comerciales y la identidad y la solvencia de los agentes económicos para ir añadiendo el resto y acabar conteniendo toda la información− y guardarla en servidores exclusivos en el territorio nacional de cada país. (v) Crear un sistema para el tratamiento de la información cuyas fases funcionalmente autónomas se distingan y complementen según la fórmula: ADA (Analógico <−> Digital <−> Analógico). (vi) Crear un dispositivo de identificación electrónica segura (mi propuesta es SMID, de Secure Mobile Identification Device o Dispositivo móvil de identificación segura). Asimismo, crear un dispositivo personal seguro para el almacenamiento analógico de todos los datos relativos a una cierta persona que existen en el sistema, incluyendo los registros de acceso, modificación, bloqueo, cancelación o cesión a terceros de dichos datos (mi propuesta es SAM, de Secure Analogic Memory o Memoria analógica segura). (vii) Abolir el papel en todo el territorio nacional para servir como soporte para las pruebas documentales en los juzgados, las administraciones públicas, las transacciones comerciales y cualquier otra actividad o situación de hecho relacionada con los anteriores −los documentos en papel, como los contratos o los documentos de identidad, seguirán existiendo pero no podrán ser usados por los residentes como prueba en todo el territorio nacional; en su lugar, sólo valdrá la información en formato digital o analógico almacenada de forma segura. (viii) Abolir el interés sobre el dinero, permitiendo sólo los porcentajes sobre los beneficios –siempre que la actividad esté clasificada en el territorio nacional como económicamente productiva, socialmente útil, de investigación o de interés común− o los descuentos, en ciertas ocasiones y siempre en relación con la productividad o la utilidad mencionadas y bajo el principio de devengo. (ix) Instituir por ley un acervo de bienes y servicios que tengan la consideración de bienes necesarios y básicos. Dichos productos básicos llevarán una etiqueta blanca, por ejemplo, sin marca o distintivo alguno que identifiquen al productor, cumplirán unos estándares preestablecidos mínimos de calidad y, muy importante, su adquisición no conllevará la exigencia de crédito personal o real alguno a cambio. Proclamar al mismo tiempo el derecho constitucional de toda persona física que sea declarada necesitada de acceder GRATUITAMENTE a esos bienes. (x) Crear mecanismos legales para eliminar del sistema, en situaciones de crisis económicas, el dinero no productivo o que se presenta como socialmente inútil, tenga el posesor y el origen que tenga, así como mecanismos para crear otro nuevo dinero al servicio de las funciones sociales deseables y con el fin exclusivo de asegurar la estabilidad económica. (xi) Permitir un período razonable transitorio para la implementación por etapas de este nuevo sistema monetario y de créditos.